Sábados Literarios de Mercedes. Perdidos en la ciudad.

TIENES PRISA

©Teresa Cameselle

Tienes prisa, prisa, prisa. Una urgencia vital ineludible. Es el papel que te ha tocado vivir en este desquiciado mundo. No es que tenga mucha importancia, ni que te haga diferente de los demás, ahora que vives en una gran urbe. Sólo eres uno entre tantos pollos descabezados que corren sin rumbo ni destino. Era distinto antes, en aquellos tiempos en que vagabas por campos y bosques, con tu reloj en la mano murmurando tu mantra: “no llego, no llego, no llego”. Aquí en la ciudad nadie te mira, no como lo hizo ella aquella vez. Todos están muy ocupados, escuchando música o hablando por teléfono, y sólo se detienen para mirar fijamente la luz roja, con una concentración absurda, como si el hecho de que diez, treinta, cincuenta peatones la miren al mismo tiempo, pudiera conseguir que cambie a verde más pronto. Pero la luz se empecina en el rojo, y es entonces cuando te das cuenta de que alguien te ha visto. La observas de soslayo, evitando el contacto visual. Es pequeña y rubia, como aquella otra, tiempo atrás, y también tiene sus mismos ojos asombrados e inquisitivos. Por suerte ésta no podrá seguirte. Su madre la lleva bien sujeta con uno de esos arneses de perro. Para que no se caigan, suelen decir. Para que no se pierdan, pobres niños, piensas, entre el maremágnum de piernas que corren por las aceras. La luz cambia y se inicia de nuevo la carrera. La niña queda atrás, su boquita rosada fruncida en un puchero. Mejor así, pequeña, las criaturas como tú se morirían de miedo si se les apareciera cierto gato risueño, por no hablar de aquel sombrerero chiflado o de la reina que tenía por pasatiempo cortar cabezas a destajo. Te alejas apurado, sacando de nuevo el reloj del bolsillo mientras repites las palabras mágicas: prisa, prisa, prisa. Tus largas orejas bamboleándose sobre tu blanca cabeza.

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