Y los viernes, micorrelato

Hoy traigo uno de los más antiguos, publicado en La Voz de Galicia en 2004, por el que tengo un cariño especial, así que tenía que estar en mi blog sin falta.
Leyendas sobre sirenas hay muchas en todas partes, y en Galicia no iba a ser menos. Hay una familia, los Mariño, que aseguran ser descendientes de tan famoso personaje mitológico, y como prueba, en el puerto de mi pueblo hay un antiguo pazo, lamentablemente abandonado, con un escudo en piedra en el que luce una hermosa sirena. Ese escudo es para mí fuente de inspiración continua.


SOBRE PECES Y MUJERES
Al principio, el pescador pensó que la red se había enganchando en algo. Tiró y tiró con todas sus fuerzas y cuando, al fin, vio asomar un rostro de mujer en lugar del enorme y pesado pez que esperaba, soltó la red y casi se cae agua del susto.
Pero ella no huyó a pesar de que ahora estaba libre, nadó suavemente hasta sujetarse del borde del bote y se quedó mirándolo con penetrantes ojos. El le ofreció su mano, pensando que precisaba su ayuda para regresar a la orilla, ella se sujetó con fuerza y dejó que la sacara del agua. El pescador estuvo a punto de dejarla caer de nuevo cuando vio su larga cola esmeralda refulgiendo a la luz del sol.
-No eres real -susurró apenas.
-Y lo dices tú, que has pasado tu vida rodeado de peces -la sirena rió y él comprendió por qué Ulises tuvo que ser atado al mástil de su barco para librarse del encanto de aquellas criaturas.
El pescador remó hacia su casa, una pequeña construcción tan cerca del mar que la marea alta lamía su fachada. Levantó a la sirena en sus brazos y cruzó el umbral con ella como si llevara a su novia, en cuanto lo hizo vio que su fabulosa cola se había convertido en piernas humanas.
Vivieron juntos y felices el tiempo que tarda la luna llena en menguar y volver a completarse en el horizonte.
Cuando llegaron las mareas vivas, la sirena se sentaba en la puerta de la casa, las olas le acariciaban las piernas convirtiéndolas de nuevo en cola de pez y ella observaba el mar suspirando con tristeza, añorando su vida anterior.
Un día, cuando el pescador llegó no la encontró, en vano la aguardó observando el mar mientras las lágrimas se asomaban a sus ojos. Cuando la marea se retiró supo que no volvería. La última ola descubrió un mensaje escrito sobre la arena, con diminutas conchas blancas: «La maldición de las mujeres es desear aquello que hemos perdido».

Comentarios

Felisa Moreno ha dicho que…
Precioso cuento, me gustan así, tan tristes como irreales. Espero otro el próximo viernes.

Besos
Anónimo ha dicho que…
Éste creo que ya lo leí; tengo muy poca memoria y es posible que esté confundido, pero me suena mucho. Y leido ahora tengo que decir que ya me estoy acostumbrando al estilo Cameselle, o Rytfriano.

El relato, aparte de bien diseñado, resulta ameno y sustancioso. Que lleva dentro enjundia. Ya eras buena entonces, eh?

Fernando

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