(Relato) LAS COSAS DEL SUELO NO SE COGEN


©Teresa Cameselle


   Se lo decía siempre su madre de pequeña. Tanto que lo tenía grabado a fuego en sus costumbres. Ella, que no era en general demasiado escrupulosa, era incapaz de coger nada que se encontrase tirado en el suelo. Ya fuese una moneda, un papel o alguna pequeña joya, por mucho que pareciese valiosa. El asco que le producía al estar en contacto con las sucias baldosas de las aceras, le resultaba insuperable.
   Ahora estaba jugueteando con la punta del zapato con algo que podía ser una anilla metálica o una sortija de plata muy gastada. Daba igual, no la iba a recoger, solo la golpeaba mecánicamente, tratando de evadirse del hombre que lanzaba impromperios a su lado. No había nadie más en la parada del metro a aquellas horas, ultimísimas ya de un frío martes de febrero. Ni siquiera en el otro andén asomaba algún transeunte desprevenido. Estaban ella, él, y sus gritos.
   No le había gustado la cena, y además le pareció cara. Nada importaba que la idea fuera de él y sus amigotes del trabajo, que pretendían celebrar aquel carnaval a base de comer y beber hasta hartarse. Las mujeres de los otros se habían divertido de lo lindo, pero ella, que se veía venir la tormenta, no pudo disfrutar en absoluto de la fiesta.
   Allí no le iba a pegar, sabía que había cámaras y vigilantes. Pero la noche se avecinaba muy larga. Quizá amaneciese en el hospital, una vez más, inventando excusas inverosímiles para sus lesiones. Una caída por la escalera, un resbalón en la ducha. Cuánto tiempo más podría soportar aquella vida.
   El letrero luminoso anunció que su metro llegaba en un minuto. Y entonces él lanzó un grito más fuerte de lo normal. Una maldición que se apagó con el eco de su voz, rebotando entre las vías. Ella le miró hipnotizada. Había patinado en un reguero de refresco volcado al borde del andén. Y ahora estaba allí abajo, sobre las vías, con el tobillo derecho doblado en un ángulo imposible.
   -¡Ayúdame! –le grió, pero ella estaba paralizada-. ¡Sácame de aquí, joder, que viene el metro! ¡Estúpida! ¿No ves que no puedo levantarme? ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!
   “Las cosas del suelo no se cogen” decía su madre en su recuerdo, golpeándole en sus pequeñas manitas sucias. “Las cosas del suelo no se cogen. No se cogen. No se cogen…”.
   El último insulto se apagó bajo el sonido de los frenos del metro entrando en el andén.

Comentarios

El Demiurgo de Hurlingham ha dicho que…
Voy a parecer un repetitivo, pero parece de Destino final. Algo fortuito que desencadena una tragedia y alguien que podria ayudar, pero en cierta forma colabora con el desastre.
Manuel ha dicho que…
Me a venido a la cabeza una asociación de ideas, las cosas del suelo no se cogen y.... las cruces de las baldosas no se pisan.
Un beso
Teresa Cameselle ha dicho que…
Gracias por las visitas y los comentarios.
Pensaré en algo para las cruces de las baldosas.
Gaby* ha dicho que…
A mí me ha impactado y en definitiva, un mandato de su infancia, pasó a ser su venganza. El destino le dio la oportunidad de dejar en el suelo al causante de sus sufrimientos. Hay ocasiones en que ciertas lecciones de nuestros mayores, son tomadas al pie de la letra, sobre todo, cuando nos podemos valer de ellas beneficiándonos.
Buen relato.
Gaby*
San ha dicho que…
Impactante Teresa, se ve que lo que uno aprende de pequeños queda para siempre.
Buen principio, buen final.
Un abrazo.

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