(Relato) PONTE EN SU LUGAR
©Teresa Cameselle
Empujó la puerta del cajero con
desgana. Necesitaba cambio; en la cartera solo llevaba billetes grandes, y
ningún quiosquero le iba a aceptar cien euros para pagar los periódicos del
domingo.
Sus caros zapatos italianos
pisaron algo mullido, al tiempo que su nariz captaba el olor a mugre y vino
barato. En la esquina del portal, envuelto en la manta que había pisado,
dormitaba un vagabundo zarrapastroso. Estuvo tentado de dar la vuelta, pero no
había otro banco en toda la manzana. El borracho no hizo ningún movimiento, ni
siquiera mientras el cajero emitía su soniquete metálico durante la operación.
Por un momento dudó si acercarse a comprobar si aún respiraba. Si estaba muerto
tendría que avisar a la Policía, supuso. Un engorro. Mejor dejarlo correr.
"Ponte en su lugar" repetía siempre su mujer cuando se cruzaban con algún sintecho de esos. "En su lugar"; un perdedor, alcohólico, sucio y abandonado. No, él no podía ponerse en su lugar.
"Ponte en su lugar" repetía siempre su mujer cuando se cruzaban con algún sintecho de esos. "En su lugar"; un perdedor, alcohólico, sucio y abandonado. No, él no podía ponerse en su lugar.
Cuando por fin salió a la calle,
se estremeció con el aire frío de la mañana, ajustándose la elegante bufanda
Loewe al cuello. Se puso los guantes de fina piel y reemprendió el camino
hacia el puesto de prensa, dispuesto a comprar “El mundo” y quizá también la
revista “GQ”.
La calle estaba casi vacía a
aquellas horas tan tempranas. Solo el petardeo de una moto que se acercaba por
su espalda, rompía el silencio de la mañana. No se volvió cuando oyó que se
detenía a su altura. Ese fue su error.
Era un chaval, no tendría ni
veinte años, pero parecía un experto en atracos rápidos. Le puso una navaja en
el cuello, arañándole la yugular, y le obligó a entregarle la cartera, el
rolex, y por último, como un capricho, también la bufanda, los guantes y los zapatos. Su
compinche mantenía la moto encendida. En un minuto el ladrón se subió,
sujetándose a su espalda, y desaparecieron calle abajo. Se quedó parado al
borde de la acera, alelado. Aquello no podía estar sucediéndole a él.
Un coche le rebasó, pisando el
único charco de toda la avenida, y rociándole con una mezcla de agua y barro
que redujo su elegante traje a un guiñapo en un parpadeo. Dio dos pasos atrás,
maldiciendo en todos los idiomas conocidos, y sus pies descalzos y mojados
patinaron sobre las baldosas. Cayó al suelo, golpeándose el costado contra la
pared de la casa más cercana, y rebotando hasta dar con la cabeza en una
farola. Se tocó la frente. Sangraba.
Se quedó sentado, casi
lloriqueando, durante un buen rato. Nadie se acercó a ofrecerle su ayuda.
Cuando consiguió ponerse en pie, caminó desorientado por unos momentos. La
puerta abierta del cajero pareció ofrecerle un sitio donde guarecerse. Entró,
dispuesto a recomponer un poco su aspecto antes de volver a casa.
La manta del sintecho de nuevo se
coló bajo sus pies, ahora sin la protección de sus zapatos de suela, patinó de
nuevo. Esta vez su cabeza hizo un sonido hueco al impactar contra el suelo. No
se volvió a mover.
Una hora después el vagabundo
despertó y se encontró a su inesperado compañero de cobijo nocturno. Le dio un
pequeño empujón, y luego otro más fuerte. Cuando se aseguró de que ya no
despertaría, decidió que la chaqueta, aún sucia como estaba, le era más útil a
un vivo que a un muerto. Luego se marchó, con su manta, dejando el cajero lleno
de papeles y una botella vacía a los pies del difunto.
Algo más tarde alguien entró para
hacer uso del dispensador. Arrugó la nariz ante el olor a mugre y vino barato.
Ni siquiera le dedicó una mirada al cuerpo que poco a poco se iba enfriando.
Comentarios
Creo que vivimos en una sociedad cada vez más deshumanizada y en tus líneas vemos como el destino a querido poner en un hombre "intocable" (o eso pensaba él) en situación totalmente fuera de sus planes.
Bss.
Hay que recordarselo siempre
Un beso
P.d.: lo de las letritas de despiste robot es muy fastidioso
Es una historia dura, la he narrado como una fábula en la que el malvado recibe su castigo, pero en el fondo lo que trato es de reflejar la realidad, triste realidad, social.
Manuel, lamento lo de las letras, pero es que si no las pongo me llegan montones de comentarios spam. Las tendré puesta por una temporada, a ver si me pierden la pista, y luego vuelvo a quitarlas.
Besos.
Es una historia dura, la he narrado como una fábula en la que el malvado recibe su castigo, pero en el fondo lo que trato es de reflejar la realidad, triste realidad, social.
Manuel, lamento lo de las letras, pero es que si no las pongo me llegan montones de comentarios spam. Las tendré puesta por una temporada, a ver si me pierden la pista, y luego vuelvo a quitarlas.
Besos.
El ser humano es un animal egoísta por mucho que se vista de Loewe y sus días corran bajo la corona de Rolex. Tanto, que cuando pierde su valor económico a ojos de sus congéneres, es fagocitado por los de su propia raza.
¡¡¡Muy buen relato, Teresa!!!
Excelente y muy oportuno relato, bico.