Un relato no premiado.
El sábado pasado, como muchos sabéis, se entregaron los premios de los certámenes de Canal-Literatura, y en ellos tuvo una participación estelar nuestro Desván, con varios finalistas en ambos premios, mención especial, premio del público, etc.
Pero hubo otros que también participamos y no fuimos seleccionados. No tiene mayor importancia, tampoco puedes esperar ganar o ser finalista siempre, ni mucho menos. Y, en todo caso, como dijo nuestro profesor Ramón Alcaraz en el taller de Vigo, nunca sabremos si el nuestro fue uno de los favoritos del jurado y al final se descolgó por razones que no tienen forzosamente que ver con su calidad o su interés.
Reconozco, antes que nada, que mi apuesta fue arriesgada. Mi relato es extraño, difícil, y no muy de mi estilo, a veces creo que un pequeño demonio se me subió al hombro y me lo dictaba al oído mientras lo escribía. Pero como madre, una quiere a todos sus hijos por igual, y quiero presumir hoy de este, el más "rarito" de la familia.
DEMONIO DE LA GUARDA
©Teresa Cameselle
A los pies de la cama de Pablo hay un baúl en el que vive el diablo. Es pequeño y panzudo, siempre vestido de rojo, con una capucha cayendo en pico sobre la estrecha frente, enmarcada por los negros cuernos en las sienes.
Cuando Pablo era muy pequeño pensaba que aquello era un ángel, su ángel de la guarda, al que tenía que rezar todas las noches. Pero el diablillo, que siempre estaba alegre y solía saltar y dar volteretas sobre la tapa del baúl, se enfurruñaba y a veces desaparecía hasta que Pablo terminaba la oración. Así que el niño poco a poco fue dejando de rezar, aunque a veces, cuando su madre le vigilaba, no le quedaba más remedio que hacerlo, y entonces su diablo sacaba la roja lengua bífida entre sus afilados dientecillos y se burlaba groseramente de él.
Aquella mañana Pablo se detuvo ante el espejo para contemplar su corto pelo peinado con gomina, mientras de reojo veía inundarse la pantalla del portátil con felicitaciones por su cumpleaños. “18, tío, ke fuerte” decía alguien a quien sólo conocía a través de la red. “Celébralo a lo grande”, sugería otro. Pablo asintió, mostrando su perfecta sonrisa al espejo, mientras comenzaba a rezar su credo: “Matti Saari. Kauhajoki, Finlandia. 10 muertos”.
El diablo no hablaba nunca, pero desde niño él lo entendía perfectamente. Así supo aquella vez que él y Miguelito, su hermano pequeño, estaban saltando sobre la cama, lo que le insinuaba con sus ojillos oscuros. Después, cuando mamá salió corriendo hacia la consulta del médico con Miguelito y papá le echó la bronca, Pablo quiso enfadarse con su diablillo, pero él volvía a hacer cabriolas al pie de la cama, y acabó arrancándole una sonrisa.
El portátil se iluminó con una nueva felicitación, pero Pablo estaba ocupado completando su vestuario. Sobre la camiseta de algodón negra se puso un chaleco militar, a juego con sus pantalones, de múltiples bolsillos. Practicó algunas poses ante el espejo, antes de encender la cámara de fotos. En voz baja, seguía rezando: “Seung-Hui Cho. Virginia Tech. Norteamérica. 32 muertos.”
También fue el diablo el que le dijo, aquella noche que sus padres habían salido y la niñera estaba durmiendo a Miguelito, que entrase en la habitación de su padre y le robase un cigarrillo del paquete que guardaba en la mesilla. A Pablo le costó mucho encenderlo, tosió y se atragantó con su primera calada, y ni siquiera se dio cuenta de que la cerilla encendida caía al suelo y su diablillo soplaba y soplaba entre risotadas, aventando la pequeña llama sobre la alfombra. De resultas de aquello, tuvieron que cambiar los muebles de su habitación, pero tanto a Pablo como a su diablo, les encantó la nueva cama, que a los pies tenía un baúl, donde el pequeño panzudo vivía feliz y practicaba a todas horas sus cabriolas.
Cuando terminó de hacerse las fotos, las comprobó en el ordenador, escogiendo las que más le gustaban, y las colgó en su fotolog. Siguió tarareando su oración: “Pekka-Eric Auvinen. Jokela, Finlandia. 8 muertos”.
De los múltiples problemas en que Pablo se iba metiendo a medida que entraba en la adolescencia, nunca se sintió culpable. Todo el mal que hacía era inspirado por su diablo, que no dejaba de meterle ideas en la cabeza durante la noche, ideas que luego él llevaba a la práctica a lo largo del día. Peleas con compañeros, ruedas rajadas de los coches de sus profesores, tabaco, alcohol, coqueteos con drogas. Nada malo que estuviera a su alcance dejaba de probar Pablo, y nunca, jamás, supo lo que eran los remordimientos.
De nuevo ante el espejo, Pablo guiñó un ojo a su diablo de la guarda. Entre los dos habían decidido tiempo atrás que dieciocho años sólo se cumplen una vez, y que la celebración tenía que ser sonada. Pablo llevaba tres años acaparando un arsenal a golpe de tarjetas visa robadas y tiendas online que no hacían preguntas ni pedían identificaciones. “Tim Krestchmer. Winenden. Alemania. 15 muertos.”
Tras aquel incendio, los padres de Pablo tuvieron que buscar una nueva niñera, la anterior no quería volver, y ellos no podían dejar a Miguelito sólo con su hermano mayor, con un incidente así era suficiente para toda la vida de una familia; por no hablar algunos otros pequeños problemillas que les había dado el chiquillo, y de los que preferían no hablar. Se decidieron por una compañera de instituto de Pablo, dos años mayor, una chica de buena familia, dulce y educada, la clase de niña con la que quisieran ver a su hijo. Cuando Pablo la obligó, a punta de navaja, a tenderse en su cama y no gritar, para no despertar a Miguelito, el demonio saltaba y saltaba sobre el baúl, agitando su lengua bífida como un perro de caza tras la presa.
Con parsimonia y mimo, como una novia preparándose para el altar, Pablo fue guardando en los bolsillos de su chaleco y su pantalón la munición y las armas pequeñas. Sobre el baúl, el diablo brincaba entre el arsenal, besando aquí una culata, allí un cañón reluciente.
Revisó las fotos que había colgado, posando con miradas amenazadoras y empuñando cada una de las pequeñas máquinas de matar que aquel día iba a estrenar, mientras recitaba los últimos nombres de su panteón particular: “Eric Harris. Dylan Klebold. Instituto Columbine. Norteamérica. 13 muertos”.
Antes de salir añadió una entrada en su twitter, la que traería de cabeza pocas horas después a los investigadores del caso: “Nunca hubiera podido hacerlo sin ti. Gracias, hermano”.
Comentarios
Un abrazo,
Ramón
Un abrazo
Gracias, Felisa. Pero tú sabrás que muchos certámenes piden en sus bases "inédito", y ahora añaden "incluido Internet", y como el relato ya está en la web de Canal Literatura, ya me daba igual ponerlo en el blog. Me alegro de que te gustara a pesar de lo morboso que es.
Besos.
Pobres padres... los de las víctimas la los del loco.
Muuuuy interesante el comentario de vuestro profesor sobre algunas razones de los jurados "que no tienen que ver con la calidad o interés" de los relatos premiados.
Hace poco, una amiga de Tarragona me comentaba algo parecido....
En todo caso, tu relato es muy bueno :-) Alguno habría por ahí con un buen padrino...
Lo que quería decir es que, a lo mejor, prefieren un relato más tradicional, más "bonito" por decirlo de alguna manera, más poético... En fin, muchas cosas que no se pueden aplicar a mi particular demonio.
Y para que veas que calidad haberla hayla, aquí te dejo el enlace al relato ganador, una joyita:
http://www.canal-literatura.com/6certamen/?p=962
El tuyo merecía estar en la final.
Un abrazo, Lola
Felicidades. Es magnífico.
Gracias, Angeles, reconozco que a mí misma me da escalofríos releerlo.
Besos.
Me ha hecho mucha gracia tu "presentación" del relato en esta entrada. Sabía de la existencia de "musas" , pero eso de un pequeño demonio subido al hombro...
De todas formas y, a pesar de ser "el más rarito" de la familia, creo que precisamente es ese aire de enigmático el que engancha y entretiene desde principio a fin al lector. Luego... la misión está cumplida.
Un abrazo.
Maat
Un beso.
Sinceramente, me parece muy bueno.
Pero yo no soy jurado.
Un abrazo
es muy atractivo. No lo puedo comparar con el resto, que no los he leido, pero los fan de la cameselle no podemos ser imparciales, así que yo afirmo: este relato seguro que se merecía estar entre los finalistas. Tiene todos los ingredientes de un excelente relato, nada mojigato como parece ser el gusto de estos certámenes, muy original como ya se ha dicho, y con denuncia moral incluida.
"Por fin he vuelto a mi tierra. Ahora que estoy de nuevo con tía Lucrecia, aquí en el camposanto, recuerdo cuando me fui. A últimos de diciembre HARÁN ya dos años..."
¿Esto es correcto en castellano? Porque, vamos, que yo soy catalanoparlante y catalanoescribiente, pero me parece que aquí hay una falta de las gordas!!
En fin, si me equivoco me disculparé jeje pero para mí que eso está mal :-)
Sigo leyendo...
Bonito y muy triste... Supongo que la dureza de la historia, ¡qué tantas veces debe ser real!, conmovió al Jurado.
Buenas noches :-)
Supongo que ahora entiendes mejor a lo que me refería sobre la temática.
Un beso.
Pero a un relato con un error así yo no le hubiese dado el primer premio.
Entiendo, entiendo :-))