Cuentos del Desván. Hoy E.S. Elvira.
Me he propuesto presumir de compañeros de taller literario, y además, hacer un bonito regalo a los que no tienen la posibilidad de contar con un ejemplar de nuestro primer libro "Cuentos del Desván" y así, con el permiso de los autores primero que nada, voy a publicar aquí en mi blog poco a poco los relatos que componen el libro, además de contar algo sobre sus creadores.
El relato de hoy se titula "Cosas de casa" y lo firma Enrique Sánchez Elvira, un amigo al que tuve la oportunidad de conocer en Madrid y que vive en un sitio tan bonito como es Aranjuez.
En 2006 Enrique ganó el Primer Premio Salud Mental de novela con la obra "El testamento de Alonso Quijano". Para más información podéis acceder a su web, donde además está el primer capítulo de la novela: www.eselvira.com.
Y ahora, el relato:
COSAS DE CASA (Enrique Sanchez Elvira)
No hubo manera de que Julieta se aviniera a razones. La expliqué una y otra vez que su comportamiento era molesto para el vecindario, que tenía que cambiar su actitud o empezarían a tomar medidas más contundentes: hasta ahora las quejas se habían traducido en llamar a su puerta con la intención de molestar.
El cariño que sentía por ella era similar al que tenía por mi vecina, cuando yo era niño, Elvira. Decía que yo era un pelanas: no en el sentido despectivo, sino por el estado de mi pelo: “parece una melena de mujer”, afirmaba.
Tampoco en la escalera donde vivía se me tenía estima; muchas veces ni se me respetaba. Pero es que mi comportamiento distaba mucho del de Julieta.
Todo empezó el día siguiente a la final de la liga de campeones que ganó el Real Madrid después de más de 30 años. Como es lógico si uno vuelca sus frustraciones en el fútbol y éste tarda tanto en darte una alegría, la celebración fue colosal y duró hasta el amanecer. Y ahí, al amanecer, cuando algunos de los vecinos salían a trabajar, fue cuando comenzó la metamorfosis vecinal.
No digo que fuera una comunidad modélica; ni que aquello fuera un ejemplo para el respeto de la diversidad, aunque a pesar de ello nunca hubo, ni de lejos, lo que aconteció a partir de aquella mañana.
Todos los que madrugaron ese día fueron encontrándose con una mujer que, ebria, tenía a sus pies un charco de vómitos. Alguno llamó a la policía y estos se la encontraron dormida. La consiguieron identificar de alguna manera y al negarse a ir a un centro médico donde la asistieran, la acompañaron a su casa... a 2 metros de distancia: pues era Julieta que vivía en el bajo.
Bueno... Julieta. Julio hasta el día anterior; vestido con ropa de mujer, borracha e irreconocible. Ya que ninguno de los que la vieron habían reconocido al soltero, discreto, que allí vivía y que de vez en cuando recibía la visita de su amigo... ¡no me acuerdo como se llama! Pasaba la noche y al día siguiente se iba: al parecer trabajaba en otra ciudad y venía de visita de vez en cuando.
Toda esta información la pongo para aquel que esté excluido de vivir en una comunidad, y sepan la suerte alcanzada: ya que de una u otra manera terminan sabiendo de tu vida tanto o más que tú mismo. Para ello, aquí, teníamos a Loreto, la Loro la decían los niños por todo lo que rajaba, que vivía, también en el bajo, enfrente de Julieta.
Los vecinos no supieron quien era aquella mujer borracha, pues nadie había visto a la policía llevarla a su casa, hasta que se solicitó, a la misma, el nombre de esta persona para que corriera con los gastos de pintar la entrada, donde habían quedado impresos los devueltos en sus paredes.
Fue cuando llamaron a mi puerta y entré a formar parte de la historia, cuando me enteré de todo lo antecedido. Me sentenciaron: “seguro que os entendéis, a los dos os gustas las cosas raras”: en mi caso la cerveza, las mujeres y el baloncesto, y estudiaba para abogado. Creo que no conocían mis gustos aunque sí veían mi pelo.
A ver que podía decirle: “Mira, me han dicho... parece ser que tu... cada uno puede ser lo que quiera, pero...”. Fue bastante más fácil:
-Hola Julio, soy el vecino del...
-Sí, ya lo sé. ¿Qué quieres?
-Es que al parecer el otro día manchaste las paredes del portal y...
-...quieren que lo pague –se anticipó.
Salió al portal y mirando las manchas se echo a reír. Apenas si un par de trazos dejaban huella del incidente; estoy seguro que con un pincel y 10 minutos se hubiera acabado el problema. Pero se resignó:
-Vale, vale –y volvió a reírse.
Como un escopetazo apareció la Loro.
-No sé de qué te ríes. El que mancha paga ¡so maricón!
Y a la misma velocidad de su aparición se hizo el vacío.
Me miró. Le miré. Hice un gesto de no entender y quise añadir alguna aclaración de no estar de acuerdo con el comentario. Cogió el presupuesto y cerró la puerta sin mediar más conversación.
Unos días más tarde, estaba sentado en la terraza del bar que hay justo al lado de nuestro portal, en compañía de varios vecinos; a esa hora del verano que se va el sol y apetece tanto tomar una cerveza. Cuando, como si fuera un pase de modelos o la presencia de una estrella de Hollywood, vimos, reconozco que yo estupefacto, a una estupenda pareja salir de nuestro portal. Él era el amigo de Julio y ella... ella era sin duda Ju... Julieta. Esplendida, bellísima, con luz en la cara y flotando sobre la acera: agarrados. Pasaron por la terraza y con toda la intención dijeron: “¿Quieres tomar algo, Julieta?”, “No, mejor nos vamos al centro, hay mejor ambiente”. Se fue a sentar en el automóvil y como Sharon Stone en Instinto Básico, nos hizo un movimiento de piernas, que las bocas de todos, y todas, nos llegaron hasta el suelo de lo que se abrieron.
Nada debería haber llegado a más: se paga la factura, en este país hay libertad e igualdad de sexos, no es un delito ser homosexual, cada uno se acuesta con quien quiere, etc.
Una mañana de domingo comenzaron las hostilidades. La Loro gritó, como si el mundo terminara en ese instante. Se formó un alboroto tremendo porque al lado de la puerta de la Loro había una mancha sospechosa. Llamaron a mi puerta a las 9, cuando me había acostado a las 7 y media: “!Has visto lo que hay en el portal!”, “¿Buzones?”, “¡La Mancha!”, “¿Qué mancha?”. Al lado justo de la puerta de la Loro había una mancha que tenía similitud con esperma, aún fresco.
-Esto es del maricón de Julio –afirmó la Loro.
-¿Le has visto? –le preguntó alguien.
-Es que acaso hace falta, ¡es un pervertido! –y subió el tono para que la oyera.
Me empujaron contra su puerta indicándome que llamara. Era ridículo: en la comunidad vivían dos mozas con novio; un soltero más, aparte de Julieta y yo; y el portal no tenía cerradura.
Llamé.
Salieron Julieta y el novio: él delante en calzoncillos y con una camiseta, ella en bragas y una bata de seda que apenas tapaba unos magníficos pechos.
-So guarro. A mí no me hace falta tu leche, se lo metes por el culo a él –vociferó la Loro.
No sabía a quién de los dos se lo decía, pues miraba al techo como suplicando ayuda para gritar más.
-¡Váyase a la mierda! –maldijo Julieta, después de mirar la mancha, escondiéndose detrás del novio y cerró la puerta.
Todo el mundo hablando a la vez, encrespándose, sin escuchar al vecino, nunca mejor dicho, llegando a la conclusión, por aclamación, de que Julieta o Julio o como quisiera llamarse era culpable.
¿Culpable de qué?
Ahora vuelvo al principio de la historia.
Me encontraba en casa de Julieta, por enésima vez enviado, tratando, no de que cambiara Dios me libre, sino que no fuera tan exhibicionista; ella me decía, con razón, que la culpa la tenían quienes la habían provocado, porque había querido pasar desapercibida, pero que al sentirse acosada sin motivo aparente, pues nunca había molestado a nadie, se sintió liberada de seguir fingiendo.
En esto oímos un ruido al golpear contra la puerta de la casa y un maullido de gato. Abrimos la puerta, yo delante, y vemos a la Loro peleando con un gato, realmente precioso, que la hace frente. Julieta se agacha y, con un gesto y unos sonidos de llamada, el gato se calma y se va con ella que lo coge en brazos. La Loro al ver la escena da un portazo y desaparece. Tras cerrar la puerta observamos una mancha, igual que la famosa mancha de marras en la puerta de la Loro. Julieta me hace una seña de que ha sido su gato. Una vez en el salón, me explica:
-Es mi gato, es un gato asiático, de la India, se les llama Gatos de Civeta, tienen una bolsa al lado del ano de la que segregan una sustancia similar al semen, de fuerte olor: lo hacen para atraer a las hembras.
-Y por qué se ha puesto tan agresivo.
-No lo sé, puede que la Loro tenga una gata.
Al ir a despedirme, ya en el recibidor de la casa, oímos que la vecina ofendida abre la puerta y habla sola.
Julieta, por instinto, pone un ojo en la mirilla y unos segundos después me invita a mirar. La Loro guerreaba con una gata queriendo sujetarla en sus brazos, impidiendo su deseo de llegar hasta nuestra puerta.
Julieta se fue a vivir al centro unos meses más tarde: “porque hay más ambiente”, me aclaró. Yo esto lo escribo para el pesado del profesor que me tiene entre ceja y ceja, porque dice que no hago otra cosa que pensar en sexo; aunque de todas formas me suspenderá, ya que me pidió que hablara del derecho de los homosexuales en defensa de la no discriminación por razón de sexo
Comentarios
Un beso.
Enrique, me ha escrito Mercedes, que está en todo, y me dice que añada a la entrada tu foto, que dice que se te ve reluciente, y es verdad.
Espero que te parezca bien cómo ha quedado.
Otro beso.
Bikiños
Bicos.
Hola, Felisa. Sí, yo también creo que los lectores están de enhorabuena, pudiendo acceder al buen hacer de nuestro Desván.
Un beso.
Y el relato colgado es bueno, y entretenido, si bien me chocó que pasara del final del relato a la justificación de haberlo escrito sin solución de continuidad.
Fernando
:)
Un beso.